


Cosechás lo que Sembrás Carlos Campos Colegial
Cuánta razón tenía Hernando —así se llamaba aquel personaje—. Digo "se llamaba" porque, si todavía existe, debe tener al menos noventa años; desde que me trasladé a Santa Marta, perdí todo contacto con él.
Muy temprano, acudí a la plaza de mercado San Francisco y, siguiendo las instrucciones de Hernando, llegué al local 1122, atendido por un personaje igual o más extraño que los brebajes, esencias, ramas de diferente clase, y velones de todos los colores, tamaños y combinaciones. Hay velones unicolor, otros compuestos por varias capas de colores perfectamente delimitadas, y algunos que incluyen un explosivo interno de bajo poder.
Allí conocí los "ajos machos" (totalmente redondos y sin división en dientes, una pieza única). También había jabones, esencias, perfumes de diferentes aromas y tamaños, novenas, oraciones, estampas y varios libros de rituales de magia negra, acompañados de imágenes en bulto de varios personajes esotéricos, desde el Dr. Gregorio Hernández hasta siniestros personajes que muy poco se conocen en nuestro medio.
En las vitrinas predominaban, además del Dr. Hernández, la trilogía de las potencias venezolanas comandada por María Lionza, el Negro Felipe y el Indio Guaicaipuro; también las siete potencias africanas encabezadas por Changó, Obatalá, Ochún, Yemayá, Eleguá, Ogún y Orula. Cito solo una mínima parte del extenso surtido que ofrecen estos sitios esotéricos.
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Les comentaba lo extraño del personaje que atendía este negocio. Aparentemente de aspecto normal, resaltaba que tenía sus ojos "consentidos" (con sentidos contrarios): cada ojo enfocaba sitios opuestos, por lo que nunca supe cuándo realmente me miraba, pues cuando parecía estar mirando a un costado, en realidad me tenía enfocado a mí, y al contrario.
Después de surtirme con lo que estaba en la lista, solo me faltaba la libra de tocino, que adquirí a la salida en una carnicería distribuidora de carne porcina. Me dirigí al lugar donde me esperaba la señora, quien, después de entregarle los implementos y un adelanto económico del 50% de lo pactado —el 50% restante se entregaría cuando los personajes estuvieran totalmente separados—, inició el ritual hacia las tres de la tarde. Me quedé para presenciar el inicio de este; decisión que me pesó mucho en mí y, desde luego, jamás asistiré a un ritual semejante; es sencillamente aterrador.
Colocando los tres velones negros en hilera, seguidos de los muñecos de cera, ungidos con manteca de cerdo y sobre el papel que contenía los nombres completos de los personajes, inició un extraño ritual invocando a entidades oscuras con oraciones aún más extrañas, que jamás había escuchado; es más, jamás pensé que existieran.
Era una oración al espíritu del odio y otras muchas parecidas a las del ritual católico, pero plagadas de palabras ásperas, vulgares y denigrantes de manera insistente hacia la madre de Jesús y demás séquito del santoral católico.
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A medida que evocaba aquel rosario de insultos, fumaba aceleradamente un tabaco que antes había bautizado con los nombres de los enamorados. De un momento a otro, el tabaco empezó a chisporrotear cada vez más fuerte.
Ante esto, la ejecutante sentenció que, para terminar, se debía contratar espiritualmente a dos espíritus burlones que apoyaran los trabajos que se estaban elaborando y así el resultado fuera muy rápido. Según ella, había necesidad de ello porque el lazo de amor que unía a esta pareja era de proporciones propias de dos almas gemelas que se reencontraban en esta encarnación y cuyo único propósito era amarse sin límite ni medida, sin importar con quién estuviera cada uno, ni midiendo las consecuencias que esto pudiera acarrear en la vida futura de ellos y de quienes les rodean o dependen de ellos; es una posición, si se puede llamar así, de ceguera total y absoluta.
Pedí asesoría a la señora que estaba elaborando el trabajo y me conectó con otra mujer de aspecto terrorífico, a quien solo se podía contactar personalmente después de la medianoche y antes de la una de la mañana, en un sitio aislado en aquella oscura montaña.
Para llegar hasta ella, después de lograr contactarla el día anterior, fue necesario que me acompañara una persona joven, quien me esperaba hacia las once y media de la noche en una esquina cercana al lugar.
Caminamos alumbrando el angosto sendero con una linterna que apenas permitía distinguir el camino de la zona boscosa, por llamarla de alguna manera. Durante todo el trayecto, nos acompañaba una sinfonía de cantos de grillos, ranas y otros habitantes de esa espesa vegetación a ambos lados de nuestro estrecho paso.
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Llegamos al destino faltando escasos cinco minutos para la medianoche. En el lugar, solo una pequeñísima luz de una vela de cebo alumbraba aquella semi caverna incrustada en la parte media de la montaña, presidida por el personaje encargado de suministrar espiritualmente los espíritus que ayudarían a hacer más efectivo y rápido el trabajo con los muñecos y los velones.
El personaje del lugar se identificó como Ninfa y, después de hacerme un breve resumen de lo que se estaba trabajando en el otro sitio —pues ya se había contactado con la señora de los velones y muñecos—, me aconsejó qué espíritus había que invocar y el valor necesario para lograr esa ayuda. Me explicó que debía contactarlos para instruirlos, y que para ello era necesario consumir varios velones, esencias y tabacos, quedando ya muy poco para su propio consumo.
Le prometí que me comunicaría con la señora a quien servía de intermediario, convencido de que me consignaría el dinero de inmediato. Por eso, sin dudarlo, le manifesté que antes del mediodía tendría el dinero en sus manos para, en lo posible, disponer de estas entidades al servicio del trabajo que se estaba realizando.
Quedamos en que, hacia el mediodía siguiente, la persona que me acompañaba en ese momento y que me ayudaría a salir de allí, sería la encargada de entregar el dinero.
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Muy temprano en la mañana me comuniqué con doña Olga e informé lo sucedido, así como el monto que debía entregarse antes del mediodía. Ella se comprometió a consignar el dinero de inmediato, pero no fue posible porque el sistema estuvo caído toda la mañana. Sólo al final de la tarde se pudo finiquitar la transacción, por lo que tuve que acudir a unos ahorros que tenía para cumplir con el encuentro previsto hacia el mediodía y así agilizar el proceso, además de cumplir con la palabra empeñada.
Entregué el dinero a la hora acordada y en el sitio asignado, donde, a pedido de Ninfa, debía reunirme con ella al día siguiente para finiquitar el asunto y recibir unas advertencias que, por insensato, no atendí. Más adelante conocerán las nefastas consecuencias que esta intermediación trajo a mi vida, treinta años después.
Al día siguiente, hacia las diez de la mañana, me reuní con Ninfa en una cafetería cercana a la entrada a su lugar de trabajo y, según me dijo después, también vive muy cerca de allí. Ocupamos una mesa y ordenamos un par de tintos dobles para amenizar la charla que prometía ser amena, ilustrativa y extensa.
Ella inició la conversación preguntándome si conocía el alcance de lo que estaba ordenando en contra de aquellos seres que, según decía, habían tardado —no se sabe si miles de años terrenales— en reencontrarse en este plano. Me explicó que su propósito era desbaratar ese acontecimiento. La madre de uno de los implicados justificaba la acción desde su egoísmo y, muy seguramente, pensando en el qué dirán, disfrazado de preocupación por el futuro de sus pequeños nietos.
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Tuve que reconocer que ignoraba totalmente todo aquel mundo, aparentemente infinito como nuestra existencia, y que solo estaba sirviendo de intermediario para lo que pensaba era una buena causa. Ella me increpó diciéndome que estaba muy equivocado y me instó a desistir a tiempo de tan nefasto propósito, no solo por mí como intermediario, sino también por doña Olga y Juan Luis, su hijo. Sentenció que este muchacho jamás sentará cabeza y su vida estará llena de altibajos que nunca logrará superar. Todos los días, en sus recuerdos, aunque no lo admita, estará la imagen viva del amor de su existencia. Algo similar ocurrirá con su madre, quien muy en el fondo sabrá que lo que ordenó fue la peor decisión de su vida. Cuando trascienda de este plano, se encontrará con la cruda realidad y la magnitud de haber atentado contra la principal ley del universo: la Ley del Amor.
En cuanto a usted, me dijo, tarde o temprano le cobrarán la intermediación y las dos entidades que se están, de alguna manera, contratando. Después de haber logrado el cometido encomendado, estas entidades se asignarían a un ser que, por ley de causa y efecto, se encontrará con usted en el transcurso de su vida, y terminarán de hacer su trabajo, cobrando en el momento que menos lo espere la cuota correspondiente por su actuación presente.
Sinceramente, no le creí. A la vez, me preguntaba por qué me decía todo esto si ella estaba sacando provecho de lo que se le había encomendado y, en lugar de darme ánimos, me estaba acorralando para que desistiera. A pesar de las advertencias de la señora, seguí adelante.
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También me explicó que el reencuentro entre almas gemelas es muy escaso y ocurre después de muchísimas encarnaciones. Por eso la actuación de los implicados era tan instantánea, radical y, por lo general, se pasaba por encima de compromisos adquiridos, incluso rayando en la irresponsabilidad de todo tipo.
Unos años antes, en mi vida, había conocido el caso de un amigo que, junto a su esposa, mantenían una relación envidiable; parecían estar en una eterna luna de miel. Hasta que un día cualquiera, el le pidió el favor de visitar en la cárcel a su hermano, quien desde niño había sido catalogado como la oveja negra de la familia.
Al llegar allí, junto a su cuñado, estaba un compañero de prisión con quien la señora se conectó de inmediato. Sin importar su hogar ni sus hijos, decidió que el amor de su vida era ese presidiario que acababa de conocer. Llegó a su casa y le comunicó la decisión que acababa de tomar a su esposo, quien al principio creyó que se trataba de una broma de mal gusto. Pero al ver que su rechazo persistía en ella, a pesar del tiempo, hasta el punto de abandonar la habitación matrimonial e irse a dormir a la habitación de una de sus hijas, no sin antes sentenciarle a su esposo que a primera hora estaría iniciando los trámites de separación definitiva.
Ese señor casi pierde el juicio. Me llamó desesperado, llorando inconsolablemente casi a la medianoche, indagando qué había pasado. Le comenté que se trataba del encuentro de dos almas gemelas, argumento que de inmediato rechazó, pensando que intentaba molestarlo y que no estaba a favor de su dolor por lo que estaba pasando.
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Nada pudo detener aquel tsunami que se desató en aquel modelo de hogar. La señora, al día siguiente, abandonó su hogar llevó a cabo la separación definitiva de su amado esposo y se dedicó en cuerpo y alma al presidiario, compañero del ahora ex cuñado. A partir de allí, visitaba religiosamente a su nuevo amor, acudiendo a las visitas conyugales, mientras mi amigo no lograba entender lo que sucedía.
Todo cambió cuando un médium que conoció accidentalmente le habló sobre el concepto de almas gemelas y la no culpabilidad de los implicados, pues estas situaciones venían de lo alto y estaban programadas desde antes de venir a esta encarnación. En el libro Las Leyes Espirituales, que podrás encontrar en los anexos de este relato, podrás comprender mejor de lo que estoy comentando. También te dejo aquí el enlace para que lo visites: https://lasleyesespirituales.webnode.com.co
Les finalizo el relato de mi amigo y su esposa comentándoles que todo terminó muy mal. Resulta que el nuevo amor de la señora era un paramilitar con un prontuario infinito y múltiples entradas a la cárcel. Cuando recobró la libertad, se fueron a vivir lejos de su lugar de origen, y la señora pasó a integrar uno de estos ejércitos de autodefensa. Un día cualquiera cayó abatida en un enfrentamiento con la guerrilla.
Ante tal situación, y al no poder soportar lo ocurrido, su nuevo amor tomó una decisión extrema: junto al cadáver de su amada se quitó la vida de un disparo. Los hijos de mi amigo debieron acudir cuando las autoridades lo solicitaron para reconocer el cadáver de su madre en una zona rural de este hermoso país.
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Retomando nuestro relato inicial, se procedió a hacer el trabajo, como llaman en la jerga del bajo mundo espiritual. Todo se programó para el próximo viernes a las tres de la tarde. Aquel día, por decir lo menos, fue aterrador y plagado de circunstancias tenebrosas y sobrenaturales.
Los muñecos de cera estaban consumidos aproximadamente en un 50%, y ese día, al ser el último, debían consumirse en su totalidad. Solo quedaba esperar que aquella unión se rompiera de una vez por todas y de manera sorpresiva.
Cuentan quienes estuvieron cerca, al menos de Juan Luis, que de un momento a otro le entró un desespero impresionante por comunicarse con Fabiola. Como estaba viajando, hizo innumerables paradas para solicitar un teléfono, hasta que, por fin, cerca de las cinco de la tarde, logró entablar comunicación con su amada, que a partir de ese momento se había convertido en su más enconada enemiga.
Sin saber por qué, se insultaron mutuamente, maldiciendo el momento de su encuentro inicial y jurando no volver a verse jamás.
Tan pronto tuve conocimiento de lo sucedido, me comuniqué con Doña Ninfa, quien me dio detalles de cómo se habían desarrollado los acontecimientos aquella tarde. Su rostro expresaba sentimientos encontrados: por un lado, el haber obtenido el resultado esperado; por otro lado, me miraba con un sentimiento de tristeza y pesar hacia mí.
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Doña Ninfa me volvió a insistir en que las entidades que se habían utilizado en aquella oportunidad serían colocadas en una persona que conocería muchos años más tarde, y con quien viviría un episodio en el que estos personajes se reencontrarían conmigo para cobrar, de alguna manera, lo que supuestamente había propiciado, en aras de proteger a unos pequeños, atentando contra el pilar fundamental de nuestra existencia: EL AMOR.
Hay dos recomendaciones que debo hacerles, y para ello escribo estos relatos. Aprendí con dolor que jamás debemos atentar contra el amor en ninguna circunstancia. Nada ni nadie merece que vayamos en contra de nuestra columna vertebral espiritual. El amor no es una opción, es una obligación. Lo que hacemos, decimos y rotulamos a los demás, lo estamos haciendo con nosotros mismos y con nuestra descendencia.
Recuerde las tres máximas del espiritualismo:
Todos somos uno. Somos resultado de la misma sopa primordial cuando fuimos creados a través de las centurias. Por lo tanto, lo que te hago, me lo hago a mí mismo; cuando te insulto, lo hago conmigo mismo y contra los más queridos de los míos.
Hay suficiente. Por más que parezca que nos va a faltar algo, no es así. Miremos no más los combustibles como gasolina, diésel, etc. En este instante en que estás leyendo estas líneas, en el mundo están transitando cerca de 200.000 aviones y un mismo número de barcos surcando los mares del mundo, y así ha sido por muchos años. Contar los cientos de millones de vehículos que se desplazan por calles, carreteras y caminos; y sin embargo, la materia prima para los combustibles no se ha agotado ni se agotará.
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