


Cosechás lo que Sembrás Carlos Campos Colegial
Pero no le avisó. Porque dos días después, Julián presentó la idea como suya, ante Javier y el consejo. Cambió algunas palabras, ajustó el enfoque, pero la esencia era la de Clara. El impacto fue inmediato. Lo felicitaron. Le asignaron un equipo. Le aumentaron el sueldo.
Clara, al enterarse, no lo confrontó. Solo lo miró una vez, al pasar, con una mezcla de tristeza y decepción que Julián prefirió ignorar. Ella no dijo nada. No renunció. Siguió en la empresa, en silencio, como quien carga una herida que no se ve, pero no deja de doler.
Julián, por su parte, ascendió. Se volvió referente. Lo invitaban a foros, lo entrevistaban en revistas del sector. Era exitoso. Pero algo dentro de él comenzó a endurecerse. Una culpa vaga, que no reconocía pero que lo mantenía despierto algunas noches.
Pasaron dos años. En una feria empresarial en Bogotá, conoció a Víctor, un ejecutivo argentino de sonrisa amplia y visión internacional. Víctor hablaba de innovación, de romper fronteras, de invertir juntos en una plataforma que conectaría servicios entre América Latina y Europa. Julián, ambicioso, se entusiasmó.
Se reunieron durante meses. Víctor le mostró proyecciones, contratos, socios invisibles, pero "seguros". Julián invirtió. Puso su nombre, su prestigio, incluso hipotecó una propiedad para respaldar el proyecto.
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Todo parecía avanzar… hasta que no. De un día para otro, Víctor desapareció. Los correos rebotaban. Los números estaban fuera de servicio. Los supuestos socios negaron cualquier relación. Y los contratos, al leerlos con atención, estaban llenos de cláusulas que lo dejaban completamente expuesto.
El proyecto era un fraude. Y él, Julián, era el único señalado.
Perdió su cargo. La empresa lo separó mientras investigaban. Los medios, que antes lo alababan, ahora lo mencionaban en artículos de escándalo. Algunos contactos lo bloquearon. Otros simplemente no respondieron más.
Vendió su carro. Luego su apartamento. Terminó en un lugar modesto, con lo justo para subsistir. Y fue allí, una tarde sin sol, mirando su reflejo en un vidrio rajado, donde todo encajó.
Recordó a Clara. Recordó su silencio, su mirada. Y entendió. No por lógica, sino por experiencia. Lo que él le hizo a Clara, esa sensación de traición, de impotencia, de haber sido usada y descartada… ahora él la vivía, con cada parte de su ser. Ya no era una teoría. Era su carne la que ardía.
Cosechó, con cada gota, lo que había sembrado años atrás.
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Ese día, buscó el número de Clara. Lo tenía, pero nunca se había atrevido a marcarlo. Respiró profundo. Llamó. Ella respondió.
—¿Julián?
—su voz no tenía odio, pero sí una distancia inmensa.
—Solo quería decirte… que lo que te hice fue imperdonable. Que me equivoqué. Y
que lo pagué.
Silencio. Unos segundos eternos.
—Gracias por decírmelo —dijo ella. Y colgó.
Julián no esperaba más. Esa noche durmió distinto. Con el alma aún rota, pero con la conciencia, por fin, en paz.
<<< Continuará >>>
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